viernes, 26 de noviembre de 2010

Frío.


Una vez me enfadé y empecé a despotricar. Le dije que era patética, que estaba segura de que nunca tendría hijos, ni nietos y, en caso de que los tuviera, nunca la llamarían por teléfono. Le grité que su marido la abandonaría, quizá para irse con otra, nunca se sabe. Le chillé que incluso su madre la dejaría de lado porque veía que no vivía en un mundo real, con personas de carne y hueso sino que permanecía sellada en esta sala con estos libros falsos, un ventilados y lluvia en las ventanas.
Ni una de mis palabras le enfureció. Ni siquiera pestañeo.
Lo único que me pidió era que expresara mis sentimientos y siguiera desfogándome. Así que cerré el pico.
Fantaseaba con traer un cuchillo a terapia para rebanar su cuerpo en pedacitos del mismo tamaño de una chuleta de cerdo.

Ya han pasado diez minutos. A medida que el sofá se calienta, hundo la cabeza entre los cojines. El cuerpo cruje.
- ¿Qué palabras se te pasan ahora mismo por la mente, Lia?
Cabreada. Cerda. Odio.
- Me gustaría escucharlas.
Cárcel. Ataúd. Rebanar.
- Tienes que trabajar en tu recuperación, Lia. La animación suspendida no es vida.
- Mi peso es estable. Te puedo traer la estúpida libretita de Jennifer, si es lo que quieres.
- No se trata del número de la báscula. Nunca ha sido el tema principal.
Hambrienta. Muerta.

Estos veinte minutos han pasado volando. Zigzagueo los dedos entre los puntos de la concha de punto. Si esta fuera la telaraña de Carlota de Elwin Brooks White, ella sería la araña Carlota y yo el cerdo Wilbur.

::¡Una chica!/¡Inútil!/¡Delira!::

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